Un día primaveral de 1947 el gran Líder Kim Il Sung visitó una salina situada a la costa de la bahía Kwangryang, donde iluminó a sus obreros el camino de desarrollo.

Un buen rato después cuando el visitante iba a abandonarla un anciano se le acercó por entre la multitud concurrida.

Y le hizo una reverencia diciendo entre sollozos que una vez reunido con el rey del país ya no le quedaba más deseo, aunque se fuera ahora mismo de este mundo.

El gran Líder lo levantó de prisa y le replicó que en el país liberado no existía ya un rey y ahora los obreros y campesinos eran dueños del país.