SOBRE LA CONSTRUCCION DEL PARTIDO, EL ESTADO Y LAS FUERZAS ARMADAS EN LA PATRIA LIBERADA

    

Discurso pronunciado ante los cuadros militares y políticos

    20 de agosto de 1945


    Camaradas:

    Gracias a la victoria de las fuerzas democráticas antifascistas en la Segunda Guerra Mundial fue aplastado el ejército agresivo del imperialismo japonés y nuestro pueblo ha podido hacer realidad la histórica causa de la restauración de la Patria. Este gran triunfo está teñido con la preciosa sangre de cientos de miles de mejores hijos e hijas del pueblo coreano, que combatieron heroicamente en la ardua lucha contra los agresores imperialistas japoneses por la restauración de la Patria, por la libertad y la felicidad del pueblo y por la construcción de un emporio socialista y comunista, libre de explotación y opresión.

    Nuestro pueblo ha obtenido por fin la libertad y la emancipación, poniendo término a la dominación colonial de casi medio siglo del imperialismo japonés, y ante él se ha abierto un luminoso camino para la construcción de una nueva Corea, independiente y próspera.

    Ahora al hacerse efectiva la histórica causa de la restauración de la Patria, surgen ante nosotros nuevas tareas combativas. Hemos de llevar continuamente hacia adelante la revolución coreana y construir con las fuerzas del propio pueblo coreano un Estado soberano e independiente, rico y poderoso, basándonos en el éxito de que ha sido nuestra la victoria.

    ¿Qué es lo que debemos hacer para cumplir esta grandiosa tarea?

    Ante todo, debemos construir un partido marxista-leninista capaz de dirigir la revolución coreana hacia una segura victoria. Al mismo tiempo hemos de resolver la cuestión del poder, cosa fundamental en la revolución, estableciendo un poder popular; así como organizar las fuerzas armadas populares, llamadas a defender al país y al pueblo y a salvaguardar las conquistas de la revolución. Estas tres grandes tareas inmediatas se plantean como deberes revolucionarios cuya solución no permite ni un solo día de aplazamiento si queremos desarrollar con rapidez la revolución coreana en la Patria liberada.

    Apoyándonos en las valiosas hazañas revolucionarias y en las ricas experiencias de combate acumuladas en el transcurso de la Lucha Armada Antijaponesa, debemos impulsar con energía la construcción del partido, del Estado y de las fuerzas armadas, para cumplir así brillantemente la histórica tarea de la edificación de una nueva Corea.

    
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    Entre los deberes que la historia les plantea a los comunistas coreanos en la etapa actual, el más importante es la fundación del Partido Comunista de Corea, estado mayor de la revolución coreana y destacamento de vanguardia de la clase obrera.

    Sin un partido revolucionario de la clase obrera que sirva de estado mayor a la revolución no es posible agrupar firmemente al lado de la revolución a las grandes fuerzas democráticas de todas las clases y capas —con las clases trabajadoras en primer término—, ni efectuar exitosamente la construcción del Poder popular y de las fuerzas armadas populares con la organización y movilización de las masas populares.

    En nuestro país ya están preparadas las condiciones básicas para la fundación de un partido marxista-leninista unificado. Las llamas de la Lucha Armada Antijaponesa nos sirvieron de fragua para forjar los cimientos organizativos e ideológicos del futuro partido al superar, a través de una ardua lucha contra las maniobras conspiratorias y los actos subversivos de todos los enemigos internos y externos, las debilidades esenciales que padecía el movimiento comunista de Corea en su etapa inicial.

    Ante todo, hemos formado núcleos comunistas llenos de vitalidad, probados y forjados en la práctica misma de la ardua lucha revolucionaria, lo cual nos proporciona hoy una segura cantera para la fundación de nuestro partido.

    Los mejores hijos e hijas de nuestro país, aquellos que a principios de la década del 30, cuando el destino de nuestra nación estaba sobre un patíbulo, se habían levantado empuñando las armas por la restauración de la Patria y el honor de la nación, siguieron combatiendo indoblegablemente durante quince años, y en medio de esta cruenta lucha se convirtieron en fervientes revolucionarios y magníficos núcleos comunistas.

    Nosotros, los comunistas que nos hemos ido forjando en las llamas de la Lucha Armada Antijaponesa, somos los revolucionarios más confiables, quienes no solamente hemos superado a cabalidad el fraccionalismo que se prendía como una lapa al movimiento comunista de nuestro país en la década de 1920, sino que también, armados con las avanzadas ideas y teorías del marxismo-leninismo, hemos luchado consagrando sin titubeos nuestra juventud y nuestra vida al cumplimiento de la justa línea de la revolución coreana, sin claudicar ante ninguna situación adversa. Esta es precisamente la razón por la cual hemos venido disfrutando del apoyo y el cariño absolutos de las masas populares y personificamos la gran esperanza del pueblo coreano. Nosotros, los núcleos comunistas que así nos hemos modelado, forjado y educado en la práctica misma de la lucha revolucionaria y que disfrutamos del apoyo y el cariño absolutos de las masas populares, somos los llamados a servir hoy, en la Patria ya liberada, de segura cantera y de eje organizativo para la fundación del partido marxista-leninista.

    En el período de la Lucha Armada Antijaponesa fuimos nosotros quienes dimos además una firme unidad y cohesión a las filas revolucionarias sobre la base de una misma idea y una misma voluntad, y quienes preservamos la integridad del marxismo-leninismo en las filas comunistas, atajando a tiempo las intrigas contrarrevolucionarias y toda clase de acciones subversivas de los fraccionalistas serviles a las grandes potencias y de los chovinistas nacionales de estrecha visión que, montados con el imperialismo japonés en un mismo carro de maniobras intrigantes, estaban locos por descomponer desde adentro las filas revolucionarias.

    Este logro constituye una valiosa garantía con la que nuestro futuro partido contará para preservar firmemente entre sus filas la unidad y cohesión de ideas y de voluntad —que son la vida misma para un partido marxista-leninista—, revelando y destrozando a tiempo cualquier acción fraccionalista o maniobra de subversión y de zapa de los enemigos de clase y de los oportunistas de toda laya.

    En el período de la Lucha Armada Antijaponesa hemos cimentado asimismo un sólido terreno de masas para la fundación del partido, al armar con la ideología revolucionaria de la clase obrera a amplias masas trabajadoras encabezadas por los obreros y campesinos organizando y realizando una incansable labor política entre ellas sin doblegarnos siquiera bajo la rigurosa vigilancia y la salvaje represión del imperialismo japonés, y al forjarlas en medio de la práctica de la lucha de masas contra este imperialismo.

    Esto constituye una firme garantía para que nuestro partido, auténtico defensor y representante de los intereses del pueblo coreano, pueda desarrollarse sanamente, arraigado a fondo en las masas trabajadoras y en estrecho vínculo con las masas populares. Así, pues, nuestro partido se funda hoy, no sobre el vacío, sino tras haberse efectuado los preparativos organizativos e ideológicos idóneos en el transcurso de la larga y ardua Lucha Armada Antijaponesa.

    Pero el hecho de tener ya listos estos fundamentos no debe ser nunca para nosotros un motivo de engreimiento. Debemos prever que en el curso de la lucha por fundar, consolidar y desarrollar el partido en la Patria liberada surgirán problemas tan difíciles y complicados como los que surgieron en el pasado, en la fase de preparación organizativa e ideológica.

    Por no haber recibido todavía un entrenamiento organizativo y una educación ideológica por parte de su destacamento revolucionario de vanguardia, la absoluta mayoría de los obreros de nuestro país no cuentan con la suficiente preparación organizativa e ideológica que les corresponde como clase dirigente. Además, como quiera que han estado casi medio siglo bajo la bota colonialista del imperialismo japonés los obreros, campesinos y otras clases y sectores de las masas populares se hallan permeados en medida considerable por las ideas caducas de todos los matices que ha diseminado el imperialismo japonés, y lo peor es que no pocos de ellos, cegados por la avalancha de difamaciones, calumnias y demagogia del imperialismo japonés y sus lacayos contra los comunistas coreanos, han llegado a concebir dudas y prejuicios en cuanto al comunismo. Esto constituye un obstáculo nada desdeñable para que nuestro partido pueda arraigarse profundamente en las amplias masas trabajadoras, ganarse el apoyo y la confianza de las masas, y extenderse y consolidarse a sí mismo organizativa e ideológicamente, en estrecho vínculo con ellas.

    Debemos prever asimismo que los fraccionalistas y los renegados de la revolución que, cegados por la sed de hegemonía, dieron al traste con la revolución coreana con sus riñas sectarias, emergerán de nuevo disfrazados de revolucionarios e intentarán engañar y burlar a las masas trabajadoras desavisadas. Máxime, si tenemos en cuenta el hecho de que las tropas de agresión del imperialismo yanqui se estacionarán en el Sur de la Patria con el Paralelo 381 como línea divisoria, echaremos de ver que nuestro futuro trabajo tropezará con muchas dificultades.

    Esta es, precisamente, la situación en que hemos de construir el partido, establecer el Poder popular y edificar un Estado soberano e independiente, rico y poderoso, al paso de la revolución democrática antimperialista y antifeudal.

    ¿Cómo, entonces, debemos construir el partido marxista-leninista en nuestro país?

    Ante todo, tenemos que fundar cuanto antes un partido unificado de la clase obrera —el Partido Comunista de Corea—, teniendo por núcleo a los comunistas forjados y educados en la ardua Lucha Armada Antijaponesa. Desde luego, una parte de los comunistas que desplegaron sus actividades dentro del país puede no estar forjada en lo organizativo ni estar del todo inmune contra los venenos ideológicos del fraccionalismo. Sin embargo, como quiera que contamos con un destacamento idóneo para servir de eje a la revolución coreana, un destacamento fogueado y probado en largos años de lucha armada, aquéllos podrán tomar un camino correcto dentro de la revolución si confiamos audazmente en ellos y trabajamos a corazón abierto. Esta es la única manera de prevenir la división en las filas comunistas, salvaguardar la unidad y cohesión en las filas revolucionarias y unir férreamente alrededor del partido a las amplias fuerzas revolucionarias encabezadas por la clase obrera.

    El Partido Comunista de Corea no debe ser, bajo ningún concepto, una organización formada por unos cuantos comunistas. El Partido Comunista de Corea ha de ser un partido de masas hondamente arraigado en amplios sectores del pueblo trabajador, con los obreros y campesinos en primer término, y un experimentado estado mayor de la revolución que organice y dirija la construcción de una nueva Corea. De ahí que debamos ir ampliando con rapidez las filas del partido con los mejores elementos del obrerismo, el campesinado y la intelectualidad progresista, con aquellos que pueden luchar con abnegación por los intereses de las masas trabajadoras y desempeñar el papel de vanguardia más ejemplar en la construcción de un Estado democrático, soberano e independiente.

    Además, basándonos en los principios organizativos del partido marxista-leninista, debemos asegurar la unidad de ideas, voluntad y acción en todas sus filas, preservándolas del fraccionalismo; armar a todos los militantes con la ideología y teoría del marxismo-leninismo; establecer una disciplina férrea y consciente y mantener a todo trance el principio del centralismo democrático. De manera especial, al constituir el partido debemos mantener una aguda vigilancia revolucionaria contra las maniobras de zapa y las acciones sectarias de los especuladores políticos y los fraccionalistas para revelarlas y frustrarlas oportunamente.

    Para que nuestro Partido pueda cumplir con su misión y función como estado mayor de la revolución coreana, hace falta darles una sólida preparación política e ideológica a sus cuadros que son sus núcleos principales. Los cuadros del partido constituyen sus fuerzas más importantes, las llamadas a decidir el futuro destino de la revolución coreana. Sin constituir las magníficas filas de cuadros políticos comunistas del Partido y sin ampliarlas luego incesantemente, no es posible elevar el papel dirigente de esa organización ni construir con éxito un Estado soberano e independiente, rico y poderoso, rechazando a los enemigos de toda laya, tanto internos como externos. De ahí que, simultáneamente con la fundación del partido, se nos presente la urgente tarea de formar sus cuadros dotados con la ideología y teoría del marxismo-leninismo y capaces de defender y de llevar a la práctica la línea y la política del partido. A este fin debemos comenzar por organizar clases de entrenamiento para cuadros del partido.

    Paralelamente a esto, y para que nuestro partido pueda agrupar amplias masas en torno suyo y asegurarse una posición dirigente entre las masas populares, tenemos que desarrollar la creación de organizaciones de masas por profesiones y sectores. Sin estar enlazado por vínculos de sangre con las grandes masas populares, el partido no puede llegar a ser una auténtica organización revolucionaria, así como tampoco puede cumplir sin el apoyo y respaldo de las masas su papel como destacamento de vanguardia de la clase obrera. El problema de agrupar o no grandes masas al lado del partido y de la revolución viene a ser la clave que decide el destino de aquel y la victoria o el fracaso de esta. Por eso, la primera siembra que haga toda organización revolucionaria debe ser siempre su labor organizativa e ideológica entre las masas.

    Aun en los momentos más tenebrosos de la dominación colonial del imperialismo japonés nosotros esparcíamos las semillas de la revolución entre las amplias masas populares, las cultivábamos bien hasta que dieran frutos por encima de todas las dificultades y reveses; así condujimos la revolución a la victoria apoyándonos en la fuerza de las masas. Con ello queremos significar que el núcleo dirigente de los comunistas coreanos nació del seno de las masas organizadas y creció gracias al apoyo y el amparo activos de las grandes masas.

    Por eso la creación de las organizaciones de masas —correas de transmisión que ligan al partido con las masas— cobra una gran importancia a la hora de consolidar y desarrollar al partido organizativa e ideológicamente, preparar las fuerzas revolucionarias y elevar el papel dirigente del partido.

    Al constituir las organizaciones de masas debemos agrupar, ante todo, a los jóvenes, pues ellos son la reserva del partido y representan el futuro de la revolución.

    Estrechar alrededor del partido a las masas de jóvenes, futuros protagonistas de la nueva sociedad y trabajadores dignos de toda confianza en la construcción de una Patria rica y poderosa, es una cuestión muy importante relacionada con el futuro destino de la Patria. Esta es la razón por la cual en todo el curso de la lucha armada hemos puesto siempre un profundo interés en la labor con los jóvenes, comprendiendo correctamente la misión y el papel que ellos desempeñan en el desarrollo del movimiento revolucionario. Tanto al preparar la armazón organizativa para la fundación del partido, como al crear, consolidar y desarrollar la Guerrilla Antijaponesa, nuestra labor siempre ha comenzado por la de la Juventud Comunista; y así hemos transformado a muchos jóvenes en fervorosos combatientes revolucionarios, fortaleciendo las labores de la Unión de la Juventud Comunista y demás organizaciones juveniles.

    A partir de esta experiencia, nosotros debemos formar un destacamento político a manera de organización democrática de la juventud, agrupando en ella vastos sectores juveniles, con los jóvenes obreros en primer término e incluyendo a los jóvenes campesinos, estudiantes, etc., para convertirlo en un destacamento de vanguardia que combata heroicamente a la cabeza en la construcción de una nueva Patria, en un invencible contingente revolucionario con una férrea disciplina organizativa.

    Agrupar dentro de una organización a las mujeres, que suman la mitad de la población en nuestro país, adquiere una gran importancia a la hora de ampliar y fortalecer las fuerzas revolucionarias y acelerar la construcción de una nueva Patria, rica y poderosa.

    Como extensión de las experiencias acumuladas en nuestra labor con las mujeres durante el período de la Lucha Armada Antijaponesa, debemos crear una unión de mujeres que abarque amplios sectores de trabajadoras, de conformidad con las condiciones concretas de nuestro país y los requisitos de la situación imperante.

    Las mujeres de nuestro país tienen una conciencia revolucionaria muy elevada por haber estado sometidas a un doble y triple maltrato y opresión bajo la férula colonial-medieval del imperialismo japonés y los prejuicios feudales. Especialmente, en el período de la Lucha Armada Antijaponesa lo más granado de las trabajadoras coreanas lucharon tan gallardamente como los hombres por la restauración de la Patria y el honor de la nación, por la emancipación social y la libertad de la mujer. Las revolucionarias, provistas de una firme concepción comunista del mundo y forjadas en medio de duras pruebas, combatieron heroicamente con las armas en la mano atravesando montañas y cordilleras abruptas bajo la nieve y defendieron su honor de comunistas manteniendo inalterable su constancia revolucionaria, sin doblegarse siquiera en lo más mínimo aun en medio de un bosque de bayonetas, ni cuando eran sometidas a torturas medievales o iban al cadalso.

    Nosotros debemos procurar que todas nuestras mujeres, fieles a la tradición de lucha sentada por sus esclarecidas y valerosas antecesoras, ocupen una importante ala en la construcción de una nueva Patria.

    Al constituir las organizaciones de masas debemos impulsar simultáneamente el trabajo encaminado a la creación de los sindicatos obreros. Es inmenso el papel que le toca desempeñar a la clase obrera en la construcción de una nueva Corea. Tanto en la defensa de las conquistas revolucionarias frente a las maniobras de subversión y de zapa de nuestros enemigos internos y externos, como en la construcción de un Estado soberano e independiente, rico y poderoso, la clase obrera debe situarse siempre a la cabeza y guiar a las masas con el ejemplo práctico. Para lograr esto debemos sindicar lo más pronto posible a los obreros y darles un mayor calibre organizativo e ideológico para que la clase obrera cumpla a cabalidad con su deber histórico en la construcción de una nueva Corea democrática.

    Agrupar organizadamente y movilizar a los campesinos, —que ocupan más del 80% de nuestra población—, hacia la lucha revolucionaria, es uno de los deberes más importantes de nosotros, los comunistas, en la etapa actual.

    Como consecuencia de la política de pillaje colonial en el campo y la de oscurantismo en toda la nación, practicadas ambas por el imperialismo japonés, los campesinos de nuestro país han venido viviendo en condiciones infrahumanas y muy apartados de la civilización moderna.

    Para poder rescatar la cultura propia de la nación coreana, nación inteligente, con una larguísima historia de cinco milenios y una brillante cultura, y alcanzar cuanto antes a los países avanzados del mundo en todos los dominios, tanto político y económico como cultural, debemos comenzar por liberar por completo a las masas campesinas —que constituyen la absoluta mayoría de la población y se encuentran en la más atrasada situación— de los remanentes ideológicos del imperialismo japonés y las costumbres feudales. Para lograr que las masas campesinas asuman y cumplan al lado de la clase obrera su papel de fuerza principal en la construcción de una nueva Patria, hay que elevar su conciencia de clase y educarlas en ideas patrióticas y en un espíritu colectivista, todo lo cual requiere a su vez que se organice una unión de campesinos y se agrupe estrechamente en ella a todos los agricultores.

    
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    La cuestión del poder es fundamental en la revolución. Nosotros, los comunistas, como auténticos patriotas coreanos, y el pueblo revolucionario, organizamos y libramos durante largo tiempo la Lucha Armada Antijaponesa para aplastar y aniquilar al imperialismo japonés, para instaurar en la tierra patria una vez liberada un auténtico poder popular y construir una Patria nueva y próspera. En aquellos días de encarnizadas batallas, nosotros, arrostrando todos los sufrimientos y sin miedo a la muerte, luchamos siempre a sangre y fuego por un poder popular que le asegurara al pueblo la libertad y felicidad en una Patria libre.

    Nuestro anhelo de construir un Estado soberano e independiente, rico y poderoso, donde el pueblo sería dueño del país, pudo al fin realizarse con el logro de nuestra sagrada causa de restauración de la Patria.

    Ahora bien, ¿qué tipo de poder hemos de establecer en la Patria liberada?

    Con la dominación colonial de corte medieval, implantada por el imperialismo japonés, nuestra nación sufrió restricciones en lo que debería haber sido su desarrollo capitalista y se mantuvo durante largo tiempo como una sociedad colonial y semifeudal. De ahí que hoy siga vigente ante el pueblo coreano la tarea de hacer una revolución democrática antimperialista y antifeudal y, en lo referente a la cuestión del poder, la de instaurar una república popular democrática que represente los intereses de todo el pueblo coreano, partiendo del carácter y las tareas de la revolución de nuestro país en la etapa actual.

    La república popular democrática debe ser necesariamente obra de los propios coreanos. El pueblo coreano tiene fuerzas para darse un poder por sus propios medios y nosotros contamos además con la rica experiencia de haber constituido un poder popular.

    Entre nuestras experiencias está la de haber establecido a comienzos de la Lucha Armada Antijaponesa el Gobierno Revolucionario Popular, auténtico poder del pueblo, en las bases guerrilleras-zonas liberadas, para lo cual hubimos de descastar la línea izquierdista pro establecimiento de un gobierno a base de “soviets”, sostenida por los fraccionalistas serviles a las grandes potencias; y, por cuanto el primer punto del Programa de la Asociación para la Restauración de la Patria2 estipulaba la tarea de establecer un gobierno popular, hemos venido luchando durante largo tiempo por su cumplimiento. Si sostenemos y materializamos la línea del establecimiento de un gobierno popular, basándonos firmemente en la mencionada experiencia, podremos implantar con todo éxito un poder popular de nuevo tipo en nuestra tierra patria liberada.

    Para construir una república popular democrática debemos crear, ante todo, un frente unido nacional democrático que, bajo la dirección de la clase obrera, abarque fuerzas democráticas de todas las clases y capas —las grandes masas campesinas, los intelectuales, los capitalistas nacionales honestos, etc.—, y sobre esta base, establecer el Poder popular. Como en nuestro caso se trata de un frente unido para la construcción de la república popular democrática, deben ser incluidas en él todas las clases y capas presentes dentro de las fuerzas patrióticas y democráticas, las cuales exigen la construcción de un Estado democrático independiente: en primer término, los obreros y campesinos, que son los auténticos dueños del país, y además intelectuales trabajadores, pequeños propietarios urbanos, capitalistas nacionales honestos, etc.; mientras que a todas las fuerzas reaccionarias como los elementos projaponeses, los traidores a la nación, etc., se les debe prohibir la entrada en él.

    Además, hay que seleccionar a los mejores patriotas, aquellos que estén dispuestos a combatir abnegadamente por la Patria y el pueblo, y estructurar los organismos del Poder popular con ellos como el núcleo.

    He ahí como debemos hacer de nuestro Poder popular una poderosa arma de la lucha de clases que, bajo la dirección del partido de la clase obrera, agrupe en torno suyo el máximo de fuerzas patrióticas y democráticas integrantes del frente unido nacional democrático, con los obreros y campesinos a la cabeza, y aísle y combata a todas las fuerzas contrarrevolucionarias como son los elementos projaponeses, los traidores a la nación, los terratenientes reaccionarios, los capitalistas entreguistas, etc.

    En la construcción del poder, nosotros, los comunistas, jamás debemos tener una actitud pasiva ni obrar con flojera. Tanto en la construcción del frente unido nacional democrático como en la implantación del Poder popular, los comunistas siempre debemos asumir y desempeñar un papel iniciativo, activo y dirigente, siendo siempre los precursores y organizadores que guiemos a todas las clases y capas de masas populares. Si nosotros desatendiéramos, por poco que fuese, el trabajo encaminado a establecer el poder en nuestra Patria liberada, cuya restauración se ha pagado con la preciosa sangre de nuestros compañeros de armas revolucionarios, ello significaría precisamente traicionar los anhelos de esos compañeros de armas caídos y frustrar las aspiraciones de la nación coreana. Por eso debemos instaurar cuanto antes y con todo tesón el Poder popular, bandera de la libertad y liberación popular en esta tierra nuestra de tres mil ríes donde durante casi medio siglo reinaron las tinieblas, y abrir así un camino de prosperidad para la Patria y de felicidad para las generaciones venideras.

    La lucha por la instauración del poder es una seria contienda de clases para ver “¿quién vence a quién?”.

    Nosotros no debemos olvidar que en lo adelante, aprovechando la compleja situación creada en la Patria liberada, aquellos mismos fraccionalistas que en el pasado se disfrazaron de comunistas y condujeron la revolución al fracaso, aquellos nacionalistas que degeneraron en servidores del imperialismo japonés, y hasta los lacayos projaponeses intentarán locamente, tras su máscara de patriotas, escalar los órganos del poder y realizar sus descaradas ambiciones políticas. Por eso, con la vigilancia revolucionaria en alto, tenemos que revelar y destrozar a cada paso toda clase de intrigas y maniobras de subversión de los enemigos.

    ¿Cuál es, entonces, el programa de acción que debe poner en práctica el Poder popular?

    1. Crear un frente unido nacional democrático que abarque todas las fuerzas patrióticas y democráticas de nuestro país: obreros, campesinos, intelectuales progresistas, capitalistas nacionales y religiosos honestos, etc., y sobre esta base instaurar la república popular democrática.

    2. Asegurar la libertad de expresión, prensa, reunión, asociación y religión y garantizar a todos los ciudadanos de uno y otro sexo con 18 años o más el derecho a elegir y ser elegidos.

    3. Confiscar y estatificar todas las fábricas y empresas, ferrocarriles, bancos, barcos, granjas, instalaciones de irrigación y todos los demás bienes pertenecientes a los imperialistas japoneses, a los coreanos projaponeses y a los traidores a la nación.

    4. Confiscar las tierras a los japoneses y los terratenientes coreanos projaponeses y reaccionarios y distribuirlas gratuitamente entre los campesinos sin tierra o con poca tierra.

    5. Barrer todas las fuerzas restantes del imperialismo japonés y todos sus elementos residuales.

    6. Implantar la jornada laboral de 8 horas y el sistema de salario mínimo para asegurarle al obrero su subsistencia, así como garantizarles ocupación a los desempleados.

    7. Ofrecer un buen trato social a los hombres del sector cultural y técnicos y mejorar sus condiciones de vida.

    8. Restaurar la larguísima y brillante cultura nacional del pueblo coreano, desarrollar nuestra lengua y nuestro sistema de escritura y poner en vigor de manera gradual la enseñanza obligatoria.

    9. Aplicar un sistema de impuestos progresivos por concepto de ingresos y de nivel de vida del pueblo.

    10. Abolir las instituciones financieras del imperialismo japonés y anular todos los réditos usurarios y los bonos bancarios.

    11. Hacer efectiva la igualdad de derechos del hombre y la mujer en todas las esferas política, económica y cultural, y conceder igual retribución por igual trabajo.

    12. Prohibir la violación de los derechos humanos y toda clase de perversión penitenciaria.

    13. Entablar amistad con las naciones y países que quieran tratar sobre un pie de igualdad a la nación coreana liberada y a nuestro país independizado.

    
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    Para que nuestro país sea un Estado totalmente soberano e independiente tenemos que organizar nuestro propio ejército nacional, un ejército tan poderoso que sea capaz de defender al país y a la nación y salvaguardar las conquistas de la revolución.

    No se puede considerar un Estado totalmente soberano e independiente aquel país que no tenga su propio ejército nacional. Una de las causas principales de que nuestra Patria haya sido ocupada por los agresores imperialistas japoneses residió en el hecho de que no tuvo un poderoso ejército nacional propio. En tiempos pasados los gobernantes feudales de la dinastía de los Ri mantenían una especie de ejército como instrumento para oprimir al pueblo, pero sus fuerzas eran tan exiguas y su armamento tan insignificante que no pudieron hacer frente al agresivo ejército del imperialismo japonés, que sí era un ejército regular y contaba con armas modernas.

    Si nosotros no fundáramos un poderoso ejército revolucionario al mismo tiempo que establecemos en la Patria liberada el Poder popular, nos sería imposible salvaguardar las conquistas de la revolución, obtenidas a costa de tanta sangre, frente a la agresión armada de los imperialistas extranjeros, y retrocederíamos a nuestro lamentable pasado de esclavos sin patria.

    Y tanto más cuanto que la Patria se encuentra ahora en una situación tan compleja. Aunque los imperialistas japoneses fueron derrotados se dice que en la región al sur del Paralelo 38 se estacionarán las tropas del imperialismo yanqui. Es cierto que el imperialismo norteamericano combatió contra los fascistas japoneses, alemanes e italianos, manteniéndose formalmente al lado de las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial e interviniendo directamente en la guerra contra Japón.

    Pero nosotros sabemos bien cómo surgió ese país y cómo ha venido expandiéndose. Desde fines del siglo XIX el imperialismo yanqui ha estado extendiendo sus tentáculos agresivos a nuestro país, y tras la firma de un convenio secreto entre Katsura y Taft en 1905 dio su ayuda al imperialismo japonés en la ocupación de Corea.

    La situación política en estos momentos en que las tropas de agresión del imperialismo norteamericano, que desde hace mucho viene aguardando la oportunidad propicia para tragarse a nuestro país, están próximas a estacionarse en el territorio Sur de la Patria, nos impone una aguda vigilancia revolucionaria y nos plantea como tarea perentoria e inaplazable la fundación de nuestro propio ejército nacional, un ejército tan poderoso que sea capaz de preservar al país y a la nación frente a la agresión del imperialismo extranjero.

    Sean cuales fueren nuestras dificultades tenemos que contar sin falta con un ejército revolucionario regular integrado por nuestras propias fuerzas.

    Nosotros poseemos seguros fundamentos para poder estructurar un ejército revolucionario regular. En el período más tenebroso de la dominación colonial del imperialismo japonés, los comunistas coreanos organizamos el Ejército Revolucionario Popular de Corea, primeras fuerzas armadas populares de la revolución en nuestro país, con los obreros y campesinos de mayor valía y jóvenes patriotas; y los militares del Ejército Revolucionario Popular combatieron valientemente por la restauración de la Patria y el honor de la nación, unidos todos como un solo hombre. En más de 15 años que ardió la hoguera de la Lucha Armada Antijaponesa en aras de la independencia nacional y la emancipación social, el Ejército Revolucionario Popular de Corea se forjó y desarrolló como un invencible destacamento de acero y como un ejército de cuadros, preparado tanto política como militarmente. Esto significa que hoy contamos ya con firmes fundamentos sobre los cuales podemos integrar oportunamente nuestras fuerzas armadas revolucionarias regulares.

    El ejército revolucionario que vamos a crear tendrá como espina dorsal a los combatientes revolucionarios forjados y crecidos en medio de las pruebas de la Lucha Armada Antijaponesa, y a él se incorporarán los hijos e hijas de obreros y campesinos y otros sectores del pueblo trabajador. Para crear las fuerzas armadas revolucionarias debemos heredar el fervoroso amor hacia la Patria y el pueblo y el llameante odio hacia los enemigos, el espíritu revolucionario de .superar cualquier dificultad y contratiempo con nuestras propias fuerzas, el tradicional estilo de unión entre superiores e inferiores y entre el ejército y el pueblo, la camaradería revolucionaria y el estilo popular de trabajo, la disciplina militar consciente y el régimen de vida revolucionario, etc., que patentizaron durante el período de la Lucha Armada Antijaponesa los militares del Ejército Revolucionario Popular; en todo ese espíritu hay que educar y capacitar al ejército revolucionario que nos proponemos crear.

    La construcción de las fuerzas armadas revolucionarias es una cuestión importantísima de la que depende la vida o la muerte, la supervivencia o la ruina del Estado y del pueblo, por lo cual nosotros mismos, los cuadros que servimos de núcleos dirigentes, debemos participar todos directamente en esta labor y tomar la delantera. Poniendo en ello todas nuestras fuerzas, tenemos que fundar cuanto antes en la Patria restaurada el ejército revolucionario regular: invencibles fuerzas armadas populares firmemente pertrechadas con la ideología marxista-leninista.

    
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    Camaradas:

    El éxito o el fracaso en la realización de estas tres ingentes tareas que son la construcción del partido, del Estado y de las fuerzas armadas en la Patria liberada, depende en mucho del papel que desempeñemos nosotros, los núcleos dirigentes comunistas.

    Para ejecutar con éxito estas tareas, lo primero que debemos hacer es agrupar firmemente al lado de la revolución, mediante una labor educativa, a los obreros, campesinos y todas las demás clases y capas que constituyen las grandes fuerzas patrióticas, y encauzar y movilizar activamente hacia la construcción del país el entusiasmo político de esas masas populares, acrecentado por la alegría de la liberación. Solamente con su activo apoyo y participación, posibilitados por una labor como ésa, podemos realizar con éxito esas tres grandes tareas que son la construcción del partido, del Estado y de las fuerzas armadas.

    En el camino de la lucha por llevar a cabo estas tres grandes tareas tropezaremos, claro está, con un sinnúmero de dificultades y contratiempos que no hemos podido prever, y surgirán muchas complejidades. Sin embargo, los comunistas somos revolucionarios optimistas que no tememos las dificultades y confiamos en la victoria final en cualquier situación adversa; poseemos asimismo esa característica propia de todo buen revolucionario, que es ejecutar hasta el fin sus tareas por difíciles que sean. Si nosotros seguimos trabajando con ese indoblegable espíritu de combate con que luchamos hasta la hora del triunfo, con el único objetivo de la independencia de la Patria y la liberación nacional sin reparar en dificultades ni en reveses ni en la muerte misma, haciendo noche en el camino y azotados por el viento en aquellos días de la ardua Lucha Armada Antijaponesa, seguramente que podremos cumplir con éxito cualquier tarea por difícil que sea.

    Nosotros, los comunistas, no hacemos la revolución por escalar altas dignidades ni por motivos de gloria personal o arribismo, ni tampoco por disfrutar de la opulencia y el lujo, sino por la soberanía e independencia de la Patria, por la libertad y la felicidad del pueblo y por el socialismo y el comunismo. No importa dónde y qué trabajo hagamos, debemos considerar siempre como una honra la misión que nos ocupa, y cumplirla con lealtad sin hacer distinciones entre lo sublime o lo vulgar, lo grande o lo pequeño, lo pesado o lo ligero; y con un único espíritu y voluntad, consagrar toda nuestra energía y talento en aras de los intereses del país, del pueblo y de la revolución.

    Dondequiera que estemos debemos confiar siempre en la fuerza de las masas populares y trabajar apoyándonos en ellas. Por esta razón tenemos que penetrar profundamente en las masas populares, poner ahínco tanto en educarlas como en aprender de ellas, y captar y solucionar a tiempo sus necesidades y expectativas compartiendo con ellas la vida y el riesgo de la muerte, las alegrías y las penas para ganar así su apoyo y confianza.

    Si queremos construir nuestro partido, nuestro poder y nuestras fuerzas armadas populares, tenemos que saber muchas cosas más. Tan solo con el entusiasmo revolucionario no podemos realizar exitosamente esas tareas. Nosotros debemos adquirir un buen bagaje político, teórico y práctico mediante el aprendizaje perseverante de las avanzadas ideas y teorías del marxismo-leninismo, el estudio concienzudo de las experiencias de un país adelantado como la Unión Soviética y la acumulación constante de experiencias en el curso del trabajo práctico.

    Claro está, de ninguna manera podemos decir que somos unos bisoños en asuntos de la revolución. Sin embargo, por mucha experiencia que hayamos adquirido a todo lo largo de nuestro quehacer revoluciona¬rio, si no nos preparamos y no nos forjamos constantemente en materia política, nos tornaríamos arrogantes, indolentes, quedaríamos a la zaga de la realidad en desarrollo y así nos veríamos no solamente incapacitados para desempeñar nuestra función de cuadros revolucionarios, sino también al margen de las filas revolucionarias. Por eso debemos prepararnos y forjarnos incansablemente en lo político, encontrando y rectificando a tiempo nuestros defectos en el curso de la práctica revolucionaria, fortaleciendo la crítica y la autocrítica en un marco de camaradería, e introspeccionándonos regularmente.

    Al mismo tiempo que nos forjamos constantemente, debemos luchar activamente para que de entre los cuadros de la nueva Corea que operarán en todos los dominios de la actividad del partido y del Estado no surjan elementos ávidos de jerarquía y burócratas.

    La experiencia indica que los arribistas, en última instancia, degeneran en fraccionalistas.

    Igualmente, debemos prevenir la aparición de la vanidad, el burocratismo, el subjetivismo, el liberalismo y otras manifestaciones perniciosas, y luchar despiadadamente contra todo lo que quede del imperialismo japonés.

    Así, pues, debemos fundar cuanto antes el Partido Comunista, destacamento de vanguardia de la clase obrera, desarrollarlo como un poderoso partido marxista-leninista e impulsar con toda energía y vigor las actividades que habrán de culminar con el establecimiento del Poder popular y la creación de las fuerzas armadas revolucionarias regulares.